El estilo, llano, sencillo y directo de Ángel Arribas permite seguir las vicisitudes vitales de Judith y José por los diferentes escenarios de forma amena, espolvoreado con perlas de variada información.
Patricia Martín.
“Del título me atrajo su predicado: mujeres sin rostro. Denotó en mi interior una atención que quise saciar con curiosidad.
Además, debo confesar que el libro llegó en el momento que llegó no por casualidad. Días previos a su presentación en Barcelona conocí en un encuentro de amigos a Xavier Hernández, con quien compartí breves pero sinceros momentos sobre mi historia de supervivencia en un proceso personal y desagradable.
Dispuesta a compartir también con usted poder escuchar activamente la presentación de su libro, el destino me llevó a compartir mi corazón con otra persona que también mostraba una historia de superación. Es por ello que no estuve en su foro. Aunque gracias a que compartió las imágenes en las RRSS pude presenciar gran parte de los interesantes discursos que se dieron.
Es un libro espectacular en documentación histórica y en hacer que el lector no pueda dejarlo.
Le doy gracias por mostrar una parte de la historia que parece tabú en nuestra sociedad.
La omisión normalizada en la falta de derechos hacia la mujer en contextos bèlicos y no tan bélicos.
Es aquí donde quiero compartir con usted que me ha sabido a poco la documentación sobre las barbaridades cometidas a las mujeres, aunque entiendo que la documentación no suele escribirse por las victimas. Por ello no existe.
Tiene mucho valor su libro.
Gracias.
Raquel F. V.
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Un encuentro casual en Zaragoza se acaba convirtiendo en una aventura caleidoscópica: Distintos tiempos, diferentes lugares y destinos entretejidos con el eco de los más miserables actos de guerra. Y de las virtudes (honestidad, humildad y justicia), que se abren camino entre los despojos.
El estilo, llano, sencillo y directo de Ángel Arribas permite seguir las vicisitudes vitales de Judith y José por los diferentes escenarios de forma amena, espolvoreado con perlas de variada información. Especialmente con el agradecido recuerdo a dos de los siete españoles que han conseguido el título de “Justos de las Naciones” otorgados por el Yad Vashem: Los diplomáticos aragoneses Sebastián de Romero Radigales y Ángel Sanz Briz.
Y un importante trasfondo del que nace el título: “El Dossier de las mujeres sin rostro” busca dar voz a tantísimas mujeres cuyo sufrimiento se reduce a la aséptica y cruel expresión de “daños colaterales” cuando se habla de los (no menos asépticos) “conflictos bélicos”. A manos de vencedores o vencidos, aliados o contrarios, acaban sufriendo en sus carnes, en sus almas y después, en su vida, la tragedia de ser usadas, asesinadas, violadas o maltratadas como trofeo de guerra, como venganza, como arma de destrucción psicológica, como desecho. Que sea así desde el principio de los tiempos no es excusa ni justificación para que se siga tolerando como consecuencia necesaria de las guerras (se llamen como se llamen, sean donde sean).
El tema es suficientemente duro como para que sea innecesario regodearse en el morbo. No lo hay en este libro, respetuoso, exquisitamente, con los personajes que aparecen, incluso los más abyectos, desde la posición objetiva que ocupa el autor a través de sus protagonistas.
Y sí, gracias a los sorprendentes giros en la trama es de esas novelas que dejan poso, una sensación “a poco”, que piden relectura.
Dénsela.
Patricia C. Martín García
* * *
Lo primero que quiero confesarles es que yo no tengo ninguna experiencia en esto de “presentar libros”; así que eché mano de amigos, parientes y conocidos, para hacerlo lo mejor posible.
Tomé buena nota; me dijeron:
- Es muy sencillo, saludas, explicas por encima la trama (sin desvelar el final ni nada comprometido, porque hay que mantener el misterio) cuatro cosas de los personajes, dices que es muy interesante y ya está. La cuestión es que al final la gente compre el libro.
Y así, con esta idea, me puse a leer el libro, y a escribir las cuatro notas que quería destacar hoy.
Pues bien, lo que quiero decirles es “que no compren el libro” //
Bueno, tampoco es exactamente eso.
Si la lectura es para ustedes una distracción, una forma de evadirse, o culturizarse, para aprender, bla, bla bla… pues sí…, bueno, mejor que no, o… no sé.
Porque este libro no es un libro para ser leído, es un documento para vivir. //
“Niño, iraquí, cinco años, desconocido. Niña, siria, tres años, desconocida. Hombre, sirio, desconocido. Víctimas sin nombre de la mayor tragedia de los últimos años, la huida desesperada de millones de personas de la devastadora guerra en Siria. Enterrados todos ellos, en el “Cementerio de los sin nombre”, junto a otros miles de restos humanos sin identificar.
Es una Noticia del Diario Clarín
Yo no sé qué pensarán o cómo se sentirán ustedes al escuchar esta noticia.
A mí es como si me hubieran pegado un puñetazo en la boca del estómago.
Pero…Y si en lugar de estar muertos, ¿estuvieran vivos?
¿Y si vivir les diera tanta vergüenza, que se ocultaran o desdibujaran los rostros, para ser irreconocibles? //
Hoy presentamos “El dossier de las mujeres sin rostro” que no es el “Misterioso caso del submarino XXXX”, ni “El ángel de Budapest” libro del que se hizo la película.
A estas alturas, ya habrán adivinado el “por qué” del título del libro. “Personas sin rostro”, víctimas avergonzadas de serlo.
Y es que ese es el tema del libro. /
Y Ángel lo ha escrito narrando con datos y hechos reales, las vidas de Ángel Sanz Briz y Sebastián Romero, y aparecen otros personajes también reales, claramente reconocibles. (Igual reconocen a algún pariente)
Y eso daría para un reportaje, cultural, y nos haría reflexionar sobre su gran gesta, y honrarles.
Pero esto es una novela. Así que también hay un argumento y una trama, historias paralelas, intrigas, suspense, nuevos personajes Judith, José, Álko y una enorme historia de amor, y, y por supuesto un final que (eso sí lo voy a respetar) no voy a desvelar. (Reconozco que, mientras lo iba leyendo, pensé en que Juan Antonio Bayona (el del Mostruo y el de lo imposible) haría un peliculón.
Y con todo ello, tendríamos un libro que entretiene y culturiza. Que no está nada mal (y yo que soy de esas personas que si un libro no me engancha en la página 10, lo dejo, he de admitir que me lo leí en 10 horas, de un tirón)
Y no sólo lo leí, sino que me sacudió;
Me sacudió porque me puso delante de mis narices, algo que, aún sabiéndolo, se suele evitar; puso en negro sobre blanco, a los otros personajes, personas de carne y hueso, como ustedes y como yo. Personas con nombres y apellidos, que se borraron el rostro por vergüenza, para ser irreconocibles.
¿Qué habían hecho? ¿Eran culpables de algo?
Sí, de estar en el lugar equivocado, en el momento inoportuno. Es decir, eran “las otras víctimas”
Esas a las que nadie levantará un monumento, esas a las que nadie recordará, esas a las que nadie reivindicará.
(He de decir que uno de los momentos más duros de la lectura, fue cuando descubrí, entre esas líneas, a mi tío Antonio; él , de haber sobrevivido, hoy sería un “sin rostro”)
He cometido un error. //
He hablado de “Las Mujeres sin rostro” en pasado; como si eso ya fuera historia. Una historia que debe conocerse, para que no se repita…
Pero claro, los periódicos, telediarios, informativos, cada día traen noticias de esas “otras víctimas”
¿Recuerdan a ese niño Aylan, muerto sobre la arena de una playa de Turquía? ¿Recuerdan a las niñas secuestradas, asesinadas, y violentadas en Nigeria por Boko Haram?
Y es por eso, por lo que “El dossier de las mujeres sin rostro” no es sólo una novela (una muy buena novela) sino una causa por la que luchar. Es la causa por la que lucharon Ángel Sanz Briz y Sebastián Romero Radigales, ellos nos dieron ejemplo, ellos quisieron hacer mejor el mundo que les tocó vivir, y se arriesgaron, y lo lograron.
Hoy Ángel, nos pone delante otra causa: La denuncia de la utilización de las mujeres y los niños y niñas, como arma de guerra ante el silencio cómplice de los gobiernos.
Nosotros, cada uno de ustedes, decidirán si cogen el testigo.
“Cuando era joven y mi imaginación no tenía límites, soñaba con cambiar el mundo. Según fui haciéndome mayor, pensé que no había modo de cambiar el mundo, así que me propuse un objetivo más modesto e intenté cambiar solo mi país. Pero con el tiempo me pareció también imposible. Cuando llegué a la vejez, me conformé con intentar cambiar a mi familia, a los más cercanos a mí. Pero tampoco conseguí casi nada. Ahora, en mi lecho de muerte, de repente he comprendido una cosa: Si hubiera empezado por intentar cambiarme a mí mismo, tal vez mi familia habría seguido mi ejemplo y habría cambiado, y con su inspiración y aliento quizá habría sido capaz de cambiar mi país y -quien sabe- tal vez incluso hubiera podido cambiar el mundo”
Muchas gracias.
Xavier Hernández Cusachs